Historia colonial

Cultura Cimarrona" : La sociedad dominicana, al igual que las demás sociedades caribeñas, es portadora de una cultura criolla, esto es, de una síntesis de contenidos culturales procedentes de Europa y África combinados con rasgos culturales aborígenes. Esta síntesis no se produjo en forma espontánea ni pacífica pues fue el resultado de una invasión europea y de un proceso de dominación que suplantó la cultura taína con una nueva cultura colonial formada a partir de las culturas castellana, extremeña y andaluza mezcladas con elementos de varias culturas africanas.

Desde el principio, indios y africanos se resistieron a la hispanización que implicaba esa dominación. Muchos esclavos se hicieron cimarrones o se rebelaron abiertamente contra el orden colonial y la nueva cultura dominante. Los modos de resistencia variaron con los años y con las circunstancias. Cuando las formas de rebelión abierta fracasaron, los grupos dominados ejercieron su resistencia cultural por medios más sutiles, pero no menos poderosos. Ante la imposición del lenguaje europeo, los grupos dominados opusieron sus propias formas de decir las cosas, y modificaron consecuentemente el habla cotidiana “criollizando” la lengua castellana.

A la rígida disciplina laboral de las plantaciones e ingenios azucareros, los esclavos y otros grupos trabajadores opusieron estrategias de “brazos caídos” sabotearon las máquinas, envenenaron a sus amos, se mutilaron a sí mismo o abortaron sus hijos sin renunciar definitivamente a la opción de huir de las plantaciones y hacerse cimarrones, o rebelarse abiertamente y luchar violentamente por su liberación.

El cimarronaje se convirtió en un rasgo dominante de la cultura colonial dominicana. La despoblación de la isla y su virtual abandono por España dejó amplios espacios para la multiplicación del ganado que era explotado por vaqueros blancos, negros y mulatos, o por bucaneros franceses, cuya vida cotidiana era casi tan cimarrona como el mismo ganado vagabundo.

El Estado colonial apenas lograba hacerse sentir en esos espacios del mundo cimarrón. En realidad, este mundo era la antitesis del Estado colonial pues surgió de la desobediencia civil ante el sistema del monopolio español.

El contrabando fue una de las expresiones económicas de la desobediencia civil y de la resistencia a la dominación colonial, y como tal debe ser entendido para que pueda ser explicado como fenómeno cultural. Durante más de 200 años, las islas españolas en el Caribe fueron portadores de varias sociedades de contrabandistas para quienes el comercio ilegal con extranjeros no era ilegitimo ni inmoral pues era la única garantía de su supervivencia.

Así como para los esclavos la clave de la supervivencia estaba en huir de los ingenios y hacerse cimarrones, para la población “libre” el contrabando significaba la liberación del monopolio comercial que constituía una de las instituciones más odiosas de la dominación colonial.
El contrabando era, pues, una expresión del cimarronaje de gente libre que no estaba dispuesta a ceñirse al dictado de las autoridades y prefería alejarse de las ciudades residiendo durante largos períodos en ranchos y refugios cercanos a las costas que frecuentaban los navíos extranjeros.

Muchos contrabandistas eran hateros y monteros, y de ellos puede decirse que constituían dos grupos importantes de “cimarrones libres” durante la época colonial. Los hateros y los monteros llevaban una vida de transhumancia que los llevaba a moverse tras sus animales, mansos o salvajes, día y noche alejados del contacto cotidiano de los habitantes de las aldeas y ciudades.

De estos “cimarrones libres”, así como de muchos esclavos con vocación para el cimarronaje, surgió eventualmente el grueso del pueblo dominicano. Muchos se sedentarizaron y se hicieron campesinos en una isla poco poblada que contenía grandes espacios vacíos que favorecían el desarrollo de una conciencia libertaria.

Esa conciencia adquirió nuevas formas políticas al concluir la era colonial, y por ello no fue difícil para los dominicanos convertirse en guerrilleros permanentes para defender su independencia de los invasores haitianos durante la Primera República o de los ocupantes españoles durante la anexión.

Las guerrillas de los años posteriores a la Guerra de la Restauración se nutrieron de estos “cimarrones libres” que todos los días inventaban formas de resistencia nuevas para oponerse al orden establecido y escapar al control del Estado.

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